viernes, 30 de mayo de 2014

Los segundos vuelan, los minutos desaparecen y las horas pasan.

Llega un momento en la vida de una persona rutinaria, en el cual, toca levantarse.
Llevas hibernando todo el invierno, ¿para qué?
Siesta por aquí, siesta por allá, sueños raros, bonitos, baratos y desconcertantes.
La hibernación es un estado en el que el ser, durante un determinado tiempo, se aisla del mundo y dormita a la espera de algo.
Pero cuando llega la primera toca despertar y también ponerse al día en todo aquello que has dejado por hacer o simplemente lo tienes que hacer.
No sabes por donde empezar y cuando empiezas lo haces mal. Te dices a ti misma que lo tienes que hacer, y buscas un determinado momento para hacerlo bien y en condiciones.
Pero pasa la primavera y llega el abrasador verano.
Estas en un estado de ánimo de quiero, pero el calor me da pereza.
Y el tiempo pasa y todo aquello que habías predispuesto para ese lugar y hora pasan de nuevo.
Los segundos vuelan, los minutos desaparecen y las horas pasan.
Llega otoño.
No es mala estación. Es más, creo que es mi favorita, pero eso es otra historia.
El otoño es parecido al invierno, pero con la diferencia de que aún se pueden ver esos pequeños rayos de sol que poco a poco van disipándose entre las hojas secas de los árboles.
Y terminan volviendo el día más oscuro y la noche más fría.
Todo quedó abandonado en el momento preciso de haber sido ejecutado.
El invierno vuelve y la oscuridad se cierne con cielos grises, nieve que crea un efecto opaco a la vista y noches de sueños raros, bonitos, baratos y desconcertantes.